A platform that encourages healthy conversation, spiritual support, growth and fellowship
NOLACatholic Parenting Podcast
A natural progression of our weekly column in the Clarion Herald and blog
The best in Catholic news and inspiration - wherever you are!
Padre Manuel Solarzano
GUEST COLUMN
Queridos hermanos: Celebramos hoy en la Iglesia la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, tradicionalmente conocida como Corpus Christi. Es una de las celebraciones de gran raigambre en la cultura y religiosidad popular de muchos de nuestros pueblos. Celebrada antiguamente en uno de los jueves que relucen más que el sol. Sin embargo, los tiempos y los cambios en la forma de expresión de la fe y de la vida han hecho que hoy se celebre la festividad el día domingo en muchos lugares. Celebrar el Corpus Christi no es una celebración de la fisiología de Jesús ni por supuesto una exaltación de las propiedades de su sangre. Celebrar el Corpus significa celebrar la vida, la vida dada, regalada. La vida de un hombre: el Hijo de Dios, que se hace alimento para darnos a nosotros más vida.
Lo que hoy celebramos es la vida hecha alimento y la pregunta que nos quedará a cada uno de nosotros como seguidores de Jesucristo es en qué medida mi vida como creyente es también, a su manera, alimento de vida para los demás.
Al celebrar la Eucaristía, reconocemos que nuestra vida, nuestros bienes, nuestro trabajo, son un bien de toda la comunidad, renunciamos como Jesús, a la pertenencia exclusiva. Por eso, para celebrar esta fiesta se necesita valentía, sólo desde la audacia, se puede creer en el desafío que nos recuerda, que nuestra vida no es una propiedad privada, sino algo que está al servicio del bien común. Esto lo deja bien claro San Pablo en su carta a los Corintios: “El cáliz de la bendición con el que damos gracias, ¿no nos une a Cristo por medio de su sangre? Y el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de su cuerpo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.”.
Se trata de vivir en este día la “cultura del encuentro”, éste es el sentido de nuestra presencia en las calles. El papa Francisco nos lo explicita: “La acogida y la apertura a los demás, lejos del miedo que sólo nos lleva a ver riesgos y peligros, son una oportunidad para descubrir el rostro de Dios en cada hermano y hermana, para celebrar en comunión los dones y riquezas que nos regala a cada uno para poner al servicio de la construcción del bien común que es de todos”. Al comer juntos el pan, les decimos a los hermanos: esta es mi vida entregada por ustedes. Comulgar es darse a los demás y recibir a los demás, saber aceptar al “extraño” en nuestro grupo, nuestra mesa, nuestros círculos, nuestro pueblo, nuestro barrio. Cada vez que celebramos esto en memoria suya, nos introducimos en la historia de liberación que comenzó Dios, sacando a su pueblo de la esclavitud y alimentándole con el maná, como nos recuerda la primera lectura del Deuteronomio. La Eucaristía nos conduce hacia la tierra prometida, para aprender a vivir en común en la misma casa, en la tierra común que nos acoge a todos. Todas las personas de un lugar u otro, tenemos los mismos derechos. Por eso, esta fiesta es un símbolo de lo que es el Reino, todos comemos el mismo pan y no puede ser que mientras unos comen hasta hartarse, otros pasen necesidad.
Lo que estamos haciendo este domingo, es para hombres y mujeres recios, no es algo ritual o vacío, es poner en juego la vida, es donarse y aceptar la vida de los otros, es dejarse habitar por Jesús y habitar en Él. Es compartir la mesa del trabajo diario, con toda la humanidad que sufre. No debemos separar esta mesa del altar, de las mesas de la vida. Será quizás por eso, por lo que nos cuesta tanto celebrar la Eucaristía y salir a la calle, acompañando en procesión a todos los que buscan su liberación. Es mejor domesticar lo que nació como alternativo, subversivo y revolucionario, aunque a unos cuantos se les fuera la vida en ello.