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Queridos hermanos,
La Palabra de Dios, nos ofrece hoy un mensaje fuerte que apunta hacia la esencia del Evangelio y, por tanto, orienta nuestro seguimiento de Cristo. Sus textos nos adentran en ese mundo interior de las pulsaciones del espíritu para reclamarnos mayor atención y diligencia. Nos alertan sobre desajustes que no encajan, sobre desvíos direccionales que requieren ser recon-ducidos al verdadero camino discipular del seguimiento cristiano. Y es que nuestros criterios y formas de pensar no se corresponden en ocasiones con la lógica de los designios de Dios, con los sorprendentes caminos del Espíritu. Unas veces inconscientemente, otras por falta de decisión y coraje, resulta más cómodo rehuir el camino ascendente de Jesús hacia Jerusalén.
Hay diversas formas de plantearse la vida. Cuando escogemos una profesión, podemos pensar en todas profesiones a las que hemos renunciado o podemos fijarnos en la que hemos elegido. Desde el primer punto de vista, al elegir nos hemos empobrecido.
Desde el segundo, lo que hemos esco-gido nos enriquece, es lo que tenemos efectivamente. Podemos pensar lo mismo de cualquier rela-ción humana. Tener un amigo es tenerlo todo, dicen algunos. Es el mejor tesoro, dicen otros. Pero también es verdad que como no podemos ser amigos de todo el mundo, tener un amigo significa renunciar a muchos otros. Es que, sencillamente, no lo podemos tener todo. Es parte de nuestras limitaciones como seres humanos.
Seguir a Jesús supone renunciar a muchas cosas. Así nos lo dice Jesús en el Evangelio. Estar con Jesús significa negarnos a nosotros mismos, hacer de Jesús el centro de nuestra vida, cargar con todo lo nuestro y seguirle. Podemos dirigir nuestra mirada a lo que hemos dejado, a las renuncias que nos hemos impuesto, a los mandamientos que tenemos que obedecer. No son pocos.
Todo eso puede tener algo de cruz. Es cierto. Pero quizá sería mejor dirigir nuestra mirada a los aspectos más positivos. Como dice el profeta Jeremías en la primera lectura: “Me sedujiste, Señor, y me dejé se-ducir”. Cuando se da ese proceso de seducción, la persona seducida ya no se fija en lo que queda atrás. Sólo tiene ojos para lo que está delante, para el objeto que le seduce.
Vivir así nuestra fe nos llevará a descubrir no las renuncias sino la alegría de encontrarnos con Jesús, no los mandamientos sino la oportunidad maravillosa de formar parte de una comunidad de creyentes que cada domingo celebra con gozo su fe. Es decir, veríamos mucho más los aspectos positivos de nuestra fe que los negativos.
Es la diferencia entre ir forzado o ir por amor. Cuando nos obligan a ir a algún lugar, cuando ve-mos que otros sólo cumplen con su fe como si fuera una obligación pesada, es lógico que descu-bramos sólo los aspectos negativos de esa realidad.
Si mis padres me obligaron de pequeño a co-mer mucho dulce, es casi seguro que lo aborreceré. Pero cuando es la realidad la que me atrae, entonces no me fijo en lo que queda atrás, sino que me siento atraído por todo lo positivo que soy capaz de ver en lo que me atrae.
¿Cuándo nos daremos cuenta de que el Evangelio es una cuestión de amor y no de normas y renuncias? En definitiva, este domingo se nos pide un verdadero cambio de mentalidad, “renovación de la mente”, como dice Pablo a los romanos en la segunda lectura, pa-ra poder vivir con autenticidad, no a medias tintas, nuestra existencia cristiana. Cuando vamos a misa los domingos, ¿lo hacemos por obligación, como una pesada carga? Los mandamientos de la vida cristiana, ¿son para nosotros expresión de nuestro amor por Jesús y los hermanos? Co-mo cristiano, ¿me fijo más en las renuncias o en el gozo del encuentro con Jesús y los hermanos?