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Abril 18, 2021
3er Domingo de Pascua
Lucas 24: 35-48
Queridos hermanos,
La resurrección de Jesucristo es el acontecimiento central de nuestra fe, aunque nunca acabemos de comprender su más profundo significado. Jesucristo ha resucitado y nosotros estamos llamados a resucitar con Él; es la Buena Noticia de la Pascua, que nos plantea una pregunta radical ¿qué repercusiones tiene este misterio en nuestra vida diaria?
Admirar desde la fe la muerte y resurrección de Cristo, supone aceptar como algo importante en nuestra vida concreta, la de ahora, la de todos los días, que necesitamos la conversión, es decir, nuevos comportamientos.
Comprendamos que la fe en la resurrección – como fruto del Amor – supone cambiar a diario un enfoque cerrado, torpe, rutinario, egoísta por un esquema diametralmente distinto de renovación, lucha, esfuerzo, dinamismo y esperanza.
Por eso, las lecturas de este tercer domingo de Pascua desarrollan la idea del perdón de los pecados. Es un perdón que va más allá de todos los límites y que nos abre a nuevas posibilidades de vida, a una nueva esperanza.
Para los que han convertido su vida en un desastre, Dios abre nuevos caminos. No todo está perdido porque el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos es el Dios del perdón misericordioso, no el de la venganza.
Los Hechos de los Apóstoles recoge uno de los primeros discursos de Pedro a los judíos. Habla a unos sorprendidos israelitas que han sido testigos de una curación milagrosa. Y les dice que eso no es nada, que lo más importante es la resurrección de Jesús, al que ellos habían matado, y que ha sido Dios quien lo ha hecho. Ése ha sido un verdadero milagro. Y lo mejor es que en su nombre todos nos podemos arrepentir y nuestros pecados se borrarán. A su vez, el evangelista Juan, en su carta, nos habla de cómo todos tenemos un abogado ante el Padre que pide siempre por el perdón de nuestros pecados. Ese abogado es Jesús. Él murió no sólo por el perdón de nuestros pecados sino por los del mundo entero.
Y en el Evangelio el mensaje del perdón se mezcla con otro mensaje que también nos llega muy adentro, al corazón: el mensaje de la paz. Jesús resucitado se aparece a sus discípulos y lo primero que hace es desearles la paz. No es un fantasma el que se aparece. Es el verdadero Jesús.
Cuando le reconocen, la alegría llena a los discípulos. Se quedaron atónitos. No sabían que decir. Le habían visto muerto en la cruz y ahora le ven vivo a su lado. Jesús les explica que todo ha sucedido tal y como lo habían anunciado los profetas.
El Mesías debía padecer y resucitar. Y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos.
El mensaje del perdón está presente, pues, en las tres lecturas. Y el Evangelio corona el mensaje con la paz.
El perdón trae la paz a los corazones de las personas y a la sociedad. Quizá Jesús nos esté diciendo que no hay otra forma de alcanzar la paz, la verdadera paz, sino a través del perdón.
Quizá nos esté insinuando que la venganza nunca ha sido camino para alcanzar la paz sino una mayor violencia, porque la venganza sólo es capaz de crear más violencia y muerte.
Eso vale para las personas y para las naciones. Jesús rompe esa espiral de violencia. Cuando matamos al autor de la vida, Dios le resucitó de entre los muertos y nos abrió el camino que lleva a la verdadera paz.
Es el camino del perdón. El perdón que recibimos generosamente de Dios y el que, también generosamente, tal y como lo recibimos de Dios, otorgamos a nuestros hermanos y hermanas.
¿Hemos experimentado alguna vez en nuestra vida cómo la violencia sólo engendra violencia? ¿Conocemos algún ejemplo de lo contrario, de cómo el perdón ha podido en un momento dado romper la espiral de la violencia? ¿A quién tenemos que perdonar hoy? ¿De quién necesitamos recibir perdón?