María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón

Solemnidad Santa María Madre de Dios
Lucas 2: 16-21
Enero 1, 2023

Queridos hermanos,

Celebramos hoy la Octava de Navidad, acontecimiento que coincide con el inicio de un nuevo año civil, por lo que la hermosa bendición del libro de los Números, no puede ser más que oportuna. Ella expresa con fuerza y profundidad los anhelos más o menos escondidos en el corazón del hombre: “El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz,” y es que la Iglesia, haciéndose eco de los deseos y las esperanzas en un mundo mejor, celebra cada 1º de enero la jornada mundial de la paz.

La paz, bien entendida, es el fruto que sintetiza todos los bienes a los que aspira el corazón humano y que son como las condiciones necesarias de aquella: la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Ahora bien, la Iglesia y todos los cristianos celebramos esta jornada apoyados no sólo en buenos deseos, sino en una realidad firme, concreta, encarnada: la bendición de Dios se ha hecho tiempo, historia humana, carne por medio del nacimiento del Hijo de Dios. Por él, la bendición del libro de los Números no es sólo un buen deseo sino un acontecimiento histórico: el Señor nos ha bendecido, ha hecho brillar su rostro sobre nosotros, nos ha concedido su favor, se ha fijado en nosotros, nos ha dado la paz, “él es nuestra paz”.

La jornada mundial de la paz se celebra bajo la protección y el patrocinio de “una mujer”, María, Madre de Dios. En ese título, “Madre de Dios”, la Iglesia confiesa quién es ese que ha nacido de ella: el Hijo, el Verbo eterno de Dios, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, el Mesías y Salvador, que eso significa el nombre que le
pusieron, según la ley, a los ocho días: Jesús, “Dios salva”.

Con el título de Madre de Dios la Iglesia expresó su fe en que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. Por medio de María, madre de Dios, se nos ha abierto la posibilidad de ser libres, de ser hijos en el Hijo, de que el Espíritu clame en nosotros “¡Abba! ¡Padre!”. Y si somos hijos de Dios, quiere decir que somos hermanos, y si todos estamos llamados a ser hermanos, significa que podemos y debemos vivir en la paz de la fraternidad.

Pero, seamos sinceros, ese mismo corazón nuestro que anhela la bendición de la paz, sabe, en el fondo, que en el nuevo año civil todo seguirá en nuestro mundo más o menos igual … Si Dios nos ha bendecido con el nacimiento de Jesús, ¿por qué no tenemos paz? Tal vez porque al don de la bendición hay que responder de forma adecuada, y eso es lo que probablemente nos falte.

Esto es lo que nos enseñan los pastores: ir al portal y adorar al niño; y, sobre todo, María, que “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.” Vivimos demasiado agobiados, demasiado deprisa, pensando que todo depende de nosotros. Pero el don de la paz, que es fruto de una bendición, la que se ha producido con el nacimiento de Jesús, es ante todo un don que nos pide correr a Belén, y allí pararnos, contemplar, adorar, acoger en silencio la Palabra, meditarla y conservarla en nuestro corazón. Si dedicáramos más tiempo a la adoración y a la contemplación, empezaríamos por pacificarnos a nosotros mismos, a convertirnos desde dentro en agentes de esa paz que no se consigue ni sólo con pactos ni con imposiciones, ni con puro voluntarismo. Es verdad que hay que trabajar por la paz. Pero para ello hay que acoger primero la bendición del Señor, acoger al Señor del tiempo, a la Palabra encarnada, y dejar que eche raíces en nuestro corazón.

Pero ahora, en el umbral del nuevo año, contemplando al niño en brazos de María, madre de Dios, dejemos que la bendición de Dios descienda sobre nosotros como un rocío benéfico: “Que el Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz.