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Padre Manuel Solorzano
Queridos hermanos: En el evangelio de hoy unos griegos buscan a Jesús. Representan a tantos hombres y mujeres que, de un modo u otro, buscan a Dios, aunque le pongan distintos nombres: felicidad, sentido para la vida, razones para luchar, algo que les llene el corazón, que les ayude a superar las dificultades, los sufrimientos, el fracaso, la muerte ... Y son gentes de toda edad, clase y condición. Porque todo hombre es siempre un inquieto buscador... aunque a veces acuda a pozos equivocados, o diga que no busca nada …
Estos griegos han oído hablar de Jesús, y deciden acercarse a uno de sus discípulos para preguntarle. Siempre es más fácil, para conocer o encontrarse con Jesús, acercarse a un discípulo.
Probablemente Felipe se sintió en aprietos, porque ese “queremos ver a Jesús” que le plantean no es un simple “dónde está, quién es”. Es lógico pensar que quienes han visto a Jesús, quienes han compartido su compañía, quienes se han dejado transformar por él, quienes han hablado en la intimidad con él, quienes lo siguen ... debieran (debiéramos) ser capaces de dar una respuesta adecuada. Los pasos de Felipe son muy significativos. No les sienta a su lado para charlar con ellos. Ni tampoco improvisa un discurso sobre quién es Jesús, o las cosas que él les ha ido contando, cuando han estado con él. Lo primero que hace es ir a buscar a otro Apóstol. Felipe aprendió desde el principio de su propia vocación lo que significa ser Comunidad. Y por eso, evita el protagonismo y el tomar iniciativas por su cuenta. Es una buena señal de que conoce a Cristo y ha sido transformado por él. Necesita consultar a otro hermano, apoyarse en él. Y lo siguiente es ir a contárselo a Jesús. Necesitan que el propio Jesús les aclare lo que deben responder. Podemos decir, entonces, que es imposible “mostrar a Jesús”, sin haberse encontrado antes con Él. Por tanto, no podemos hablar “de” Jesús, sin antes haber hablado “con” Jesús.
La respuesta de Jesús a Felipe y Andrés sorprende: Jesús no les da “explicaciones”, discursos ni razonamientos, y menos se mete en discusiones. Jesús les habla de su propia entrega hasta la muerte. Les pone su vida por delante y les “muestra” que el amor a uno mismo y el dejarse enredar y absorber por las cosas de este mundo es un camino de infecundidad, de vacío.
Es como si Jesús les dijera: ¿Que quién soy yo? Pues soy una persona que se entrega, que se desvive, que se sacrifica... hasta la muerte. Yo no me busco a mí mismo, no tengo más objetivo en mi vida que entregarme al Padre, entregándome a los hombres. Cuando ponemos por delante lo que me apetece, lo que me conviene, lo que me interesa, lo mío, mi prestigio, mi proyectos, mi éxito, etc... nos metemos en un camino sin salida. Hay que empezar por renunciar a uno mismo: El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna.
Así que Jesús les hace una propuesta/reto: Ponerse a su servicio, para estar donde él está: “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor.” ¿Y dónde está Jesús? Él está en los caminos de los hombres, especialmente en el de los que sufren y menos cuentan, para compartir con ellos su sufrimiento, para luchar por ellos contra las causas de su sufrimiento. Sus palabras son también una promesa de futuro: Estarán conmigo en la gloria.
Por tanto, el mejor “argumento” que podemos ofrecer nosotros a quienes hoy nos piden: “quisiéramos ver a Jesús”es la entrega de nuestra vida. Para ello, aprendamos de Jesús a pedir la ayuda del Padre para esta batalla: “Padre, glorifica tu nombre”, que tu nombre sea santificado, que sea tuyo el triunfo. El mundo, los buscadores de Dios, necesitan también hoy que Andrés, Felipe, tú y yo, y todos los demás tengamos “algo” y Alguien que mostrar, que ofrecer.