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Queridos hermanos: El nacimiento de un nuevo hijo en una familia es siempre un momento lleno de alegría y esperanza. Pero también es, hay que reconocerlo, un momento difícil. La madre pasa por un trance que no es fácil. La vida que nace viene al mundo en medio del dolor.
El recién nacido es frágil, débil. Los padres se tienen que volcar en cuidados y atenciones. El bebé se convierte necesariamente en el centro de la familia. Necesita de todas las atenciones posibles. Sólo así la nueva vida podrá crecer y llegar a ser una persona adulta.
Es un largo proceso que está lleno de dificultades. El recién nacido es para los padres un motivo para ser responsables. La alegría del nacimiento se irá colmando en la medida en que los padres colaboren en el desarrollo del hijo. Por eso la expectativa del nacimiento es tiempo de esperanza, pero también de preocupación.
María es la protagonista de este último domingo de Adviento. El momento del nacimiento de Jesús está cerca. María vivió sin duda este tiempo en la esperanza y en el gozo. Como toda madre se haría preguntas en torno al futuro del hijo que llevaba en su seno. Y no tendría todas las respuestas. Solamente podía fiarse de la palabra de Dios que había recibido: lo que llevaba en su seno era obra del Espíritu de Dios.
La fe caracteriza la actitud de María. Vive tranquila, confiada en el Señor. Por eso, puede ir a visitar a su prima para ayudarla también en el momento del parto.
A lo largo de la historia Dios irrumpe sorpresiva y gratuitamente. De tal forma que, en medio de las situaciones más inhumanas siempre hay un lugar para la esperanza. En medio de estas situaciones hay afortunadamente muchas personas como María, que han hallado gracia delante de Dios, que son testimonio vivo de que Dios aún sigue pendiente de este mundo, de que el plan de salvación sigue adelante, de que aún hay razones para la esperanza.
Se puede gritar con la voz atronadora de los profetas o con el silencio de María. Hay silencios que son muy dicientes. Hay testigos que hacen retroceder y avergonzarse a cualquier verdugo. Hay una bondad que Dios pone en muchas personas y que es la mejor denuncia de la injusticia, la más fuerte invitación a la conversión. “No temas, porque has hallado gracia delante de Dios. El Señor está contigo”.
La gozosa esperanza en la fe debe caracterizar también la vida de la Iglesia y de nuestra comunidad cristiana. En nuestro mundo está germinando la presencia de Dios. Eso forma parte esencial de nuestra fe. Prepararnos para celebrar la Navidad es tener abierto el corazón a la novedad que Dios puede traer en cualquier momento a nuestras vidas. Porque Dios sigue naciendo en nuestro mundo. Dios sigue haciéndose presente entre nosotros. A veces de las formas más inusitadas, pero siempre, seguro, entre sus preferidos, los más pobres, los más sencillos, los que no tienen nada.
Por eso María es una invitación a ejercitarse en la fe cuando fracasan las razones humanas. “¿Cómo puede ser esto si yo no conozco varón?”. Es una invitación a seguir creyendo cuando la voz del Evangelio es como una “voz que apenas resuena en el desierto de las conciencias”.
Hoy, sin una fe firme en Dios y en el ser humano, es difícil seguir empeñados en la causa de la justicia, es imposible confiar y seguir esperando que la justicia total llegue a tantas víctimas de ayer y de hoy. ¡Bienaventurados seremos si somos capaces de descubrir esa presencia misteriosa de Dios cerca de nosotros! Entonces sí que estaremos preparados para celebrar la Navidad.
Cuando observamos nuestra sociedad, ¿somos capaces de descubrir en ella esa presencia inminente de Dios? ¿Celebramos con gozo los signos de salvación y de vida que descubrimos en nuestro mundo?