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Padre Manuel Solorzano
Guest Column
De hecho, el evangelio de hoy termina afirmando: “He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia”.
Jesús al igual que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, “Yo soy la vid verdadera”, “Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy el pan de vida”. De la misma manera, este domingo, se nos revela diciendo: “Yo soy el Buen Pastor”.
Esta imagen bíblica, campestre, que pegaba muy bien en el pueblo de Israel, que tenía una cultura de pastoreo nómada, será la primera imagen de Jesús, la primera representación gráfica de Jesús.
Jesús, en este relato evangélico, se identifica, además, como la puerta del aprisco, como el pastor que entra por la puerta y no como el bandido; como el pastor bueno y no mercenario. Qué bien va describiendo Jesús su relación amorosa con las ovejas: El buen pastor las conoce a todas, las llama por su nombre, las saca a los pastos, camina silbando delante de ellas y da su vida por ellas. En correspondencia, sus ovejas lo conocen, escuchan su voz y le siguen. Pedro, por su parte, en la segunda lectura, nos presenta a Jesús como el pastor-siervo sufriente, inocente, paciente, siempre redentor y nos recuerda que “sus heridas nos han curado”.
Jesús, por otro lado, establece un paralelismo revelador: Igual que el Padre le ama, él ama a sus ovejas. Aún más. Es que las ovejas son del Padre, y el Hijo da la vida por ellas, y por eso el Padre le ama. Todo un círculo sublime. Y este amor profundo del pastor hacia sus ovejas despierta nuestra confianza en él. Por tanto, no nos cuesta escuchar su voz, conocerle cada día más, seguirle hasta la muerte.
Y es que Jesús no sólo es la vida y nos da su vida, es también el camino y la puerta para esa vida. Curiosamente le llamamos pastor y “cordero que quita el pecado”. Pastor que coge en sus brazos a la oveja herida, al triste, al desvalido, al pecador. Él nos dice como a sus discípulos: “No temas, pequeño rebaño” Y nosotros lo creemos …
Ahora bien, es urgente darnos cuenta de que todos hemos de ser buenos pastores; no sólo los jefes, los dignatarios, “los de arriba”. Como seguidores e imitadores de Jesús, nosotros llevamos a nuestra vida su modo de pastorear, es decir, de cuidar, de proteger, de curar heridas, de coger en brazos, de dar la vida y des-vivirse por los demás. Igual que a Pedro, nos pregunta Jesús: “¿Me amas? Pues, apacienta a mis ovejas”. Y esto sólo tiene sentido desde el amor.
La credibilidad y autoridad moral de los hombres y mujeres de la Iglesia va en relación directa con la capacidad de dar la vida; y esa vida es ser misericordiosos, lavar los pies, hacerse samaritanos, consolar, tener pasión por la justicia. Lo contrario es propio de ladrones y bandidos: actitudes rígidas, legalismos que aplastan, frialdad ante el sufrimiento del otro. Eso es lo que denunciaba Jesús en los fariseos. Por eso, la palabra mágica que repite el Evangelio es “servir”; servir a todos, no servirse de nadie.
Esta regla de oro resuena hoy en este domingo que la Iglesia lo dedica a orar por las Vocaciones. Hoy es un momento propicio para agradecer a Dios el don de aquellos que han escuchado la voz de Jesús y le han seguido. También se nos invita a orar con alegría y esperanza, para que el Dueño envíe obreros a su mies. Y, sobre todo, se nos pide que vivamos con entusiasmo nuestra particular vocación. Dios llama porque ama, y la felicidad del ser humano, la “vida abundante” que se le promete, consiste en acoger el amor que viene de experimentarse llamado por Él.