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Por Dominicano El Padre Manuel Solorzano
Queridos hermanos: No hay sarmientos sin vid: quedan reducidos a unos palos secos, que dicen que son estupendos para asar chuletas o preparar una paella, o calentarse con una buena fogata. Y poco más. Tampoco hay vino sin uvas, en número suficiente. Con una sola uva no hacemos nada. Ni siquiera con un racimo. Por lo tanto: Si nosotros somos los sarmientos, y Cristo es la vid, sin estar unidos a él no podemos hacer nada. Nos quedamos “secos”. Y estando unidos a él y al resto de los sarmientos... debiéramos dar frutos suficientes como para poder tener buen vino. La afirmación de Jesús es: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada”. Es un mensaje referido especialmente a la comunidad de seguidores. Estas sencillas afirmaciones, no necesitan que les demos muchas vueltas: se comprenden muy bien. Otra cosa es que seamos coherentes con ellas.
En cuanto al fruto abundante al que se refiere Jesús tiene que ver con una vida entregada, como la suya, y con el Reino... que es descrito con palabras como “justicia, paz, servicio, misericordia, compromiso con el pobre, el enfermo, el emigrante..., acogida, libertad, perdón, fraternidad...”. Palabras todas ellas relacionadas y referidas a los otros. Aunque hay que tener cuidado con las “palabras” porque, como advierte hoy la carta de Juan: no nos quedemos en las palabras, en las creencias, en las ideas, en los discursos, en las grandes afirmaciones, no amemos de “boquilla”, sino con obras, con hechos. O sea: dando frutos. “Este es su mandamiento: “que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”.
Por tal razón, creer en Jesucristo es amar, amarnos y las lecturas de este domingo nos enseñan que la verdadera fe tiene, sobre todo, tres grandes pilares:
La Palabra de Jesús, que permanece en nosotros y nos va “limpiando”, podando, purificando para que aumenten los frutos de Amor. De ahí la importancia del encuentro frecuente con la Palabra en nuestras celebraciones y en nuestra vida espiritual.
La Eucaristía, como el medio excepcional para estar en comunión con él, para recibir su savia. Es decir: que la Eucaristía es importante y necesaria. Es la fuerza que necesitamos para amar y entregarnos “por Cristo, con él y en él”. “Comulgar” no es simplemente “comer” un trozo de Pan. Sino ir haciendo de mi vida un “pan” que se parte, se reparte y se entrega, “en memoria suya”. Es identificarme con el Señor, y permitirle que se entregue hoy a través de mí.
Y en tercer lugar la Comunidad. La comunión con la vid es al mismo tiempo, inseparablemente, comunión con el resto de los sarmientos. Si la consecuencia de mi “comulgar” no me lleva a implicarme con la comunidad de hermanos, sino me lleva a sentir la necesidad de caminar con ellos... será otra cosa distinta a lo que quiso el Señor: “Tomen, coman y sean uno”, “Tomen, coman y ámense como yo”, “Tomen, coman y lávense los pies unos a otros”. El amor a los hermanos, la justicia, el trabajar por la comunión, el construir un mundo mejor para todos son los frutos que el Señor espera de sus sarmientos. Que dejemos de mirarnos tanto a nosotros mismos, y nos preocupemos de producir las “uvas” para que coman/beban otros, para alegrar y hacer mejor la vida de los otros. La obra de Jesús fue vivir entregándose. Y su “savia” en nosotros tiene que producir lo mismo, aunque el sarmiento pueda ser feo, imperfecto o estar muy retorcido por la vida. Si permanecemos unidos a la vid daremos frutos, que es lo que al Labrador le importa. Al final, lo que “permanece” es el Amor, que es lo que nos mantiene vivos.