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Febrero 21, 2021
1˚ Domingo de Cuaresma
Marcos 1: 12-15
Queridos hermanos:
Hemos iniciado ya la Cuaresma y de esta manera el camino de preparación para celebrar la Pascua con el corazón purificado, para poder revivir ese misterio y hacer fecunda su fuerza salvadora. El pasaje evangélico de este primer domingo recoge el episodio de las tentaciones. San Marcos nos ofrece una versión abreviada pero muy densa; incluso nos proporciona detalles que no encontramos en los otros evangelistas. Jesús se retira al desierto impulsado por el Espíritu. El desierto es, por una parte, un lugar donde la vida resulta difícil; pero también, un lugar propicio para encontrarse con Dios. En el desierto Jesús vivió intensamente este contacto de corazón a corazón con el Padre. En esta Cuaresma Dios nos concede la oportunidad de imitar a Cristo intensificando nuestra comunión con Dios a corazón abierto. Por eso, este episodio de la vida de Jesús es capital para nosotros. Como decía santo Tomás de Aquino “todo lo que Cristo realizó en su carne fue salvífico para nosotros”, también esta victoria sobre el tentador.
Por tanto, al iniciar de la Cuaresma, todos los cristianos somos invitados a acompañar espiritualmente a Jesús en el desierto. Estos cuarenta días son para nosotros como una cura para habituarnos a Dios, para habituar no solo nuestro espíritu, sino también nuestra carne a Dios, pues también nuestra carne tiene futuro, está llamada a la resurrección. Como Jesús, tendremos que confrontarnos con Satanás, a quien el Señor llama en alguna ocasión “príncipe de las tinieblas” o “príncipe de este mundo”.
El tentador aprovecha los momentos de debilidad, de cansancio o de angustia para hacernos caer en sus trampas. Pero tampoco los momentos de oración están exentos de tentación. Toda circunstancia puede ser propicia para tratarnos de separar de Dios. Como decían los antiguos, el diablo tiene envidia de los que tienden a lo mejor. Sólo amando intensamente al Padre “como hizo Jesús” podremos superar la tentación; sólo amando más al Padre que nuestro propio interés o que nuestras supuestas necesidades podremos resistir cualquier embate. El amor puede con la tentación. Si el amor es fuerte, no hay tentación que se le resista.
Del desierto Jesús sale listo para comenzar su misión evangelizadora, para expulsar los demonios, para curar a los enfermos, etc. Las primeras palabras que escuchamos de labios de Jesús en el evangelio de hoy, son una llamada a la conversión y a la fe. Conversión y fe son como las dos caras de la misma moneda, no se pueden separar.
La conversión es la vuelta a Dios; es caminar en la buena dirección, es amar a Dios por encima de todo, más que a uno mismo. Es un don, una gracia. Nadie puede convertirse por propia iniciativa. En el libro de las Lamentaciones leemos estas palabras: “conviértenos a ti Señor, y nos convertiremos”. Pero esta gracia tiene que ser acogida para que se dé una verdadera conversión.
La conversión es una tarea de toda nuestra vida. Jamás podremos sentarnos a descansar diciéndonos que ya nos hemos convertido totalmente. Cada mañana hay que retomar el camino de la conversión, hay que reorientar nuestra dirección, dirigir el rumbo hacia Dios.
La fe también es, en primer lugar, un don. Ella tiene muchos aspectos. Uno de ellos es la adhesión total a Dios, es entregarse de corazón a Dios; es confiar en él; es aceptar sus planes, sus criterios, sus tiempos, es acoger sus palabras, ponerlas en práctica, es hacer su voluntad. La mejor manera de cultivar y acrecentar nuestra fe es orar mucho y hacer el bien. La oración y las buenas obras son como el termómetro que nos indica dónde estamos en la fe.
La Cuaresma, por tanto, puede ser un tiempo decisivo para avanzar en la conversión y para fortalecer nuestra fe, especialmente en un mundo en el que se palpa una creciente falta de fe.