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Por Padre Manuel Solorzano
Mayo 12, 2024
La Ascención del Señor
Marcos 16:15-20
Queridos hermanos: La Solemnidad de la Ascensión del Señor supone el fin de las manifestaciones de Jesús tras la resurrección. Es su última manifestación a los apóstoles, y lo hace subiendo al cielo, para estar “sentado a la derecha de Dios Padre” como decimos en el Credo y predicaron los apóstoles. Es, pues, la manifestación visible del triunfo del crucificado: aquel, a quien todos pudieron verle crucificado, ahora, coronado de gloria, está en el cielo, como juez y señor de todo lo creado.
La escena de la Ascensión del Señor la sitúan algunos Evangelios en un monte. Pero los pasajes de la Misa de hoy sitúan este acontecimiento en el contexto de una comida comunitaria. Meditar la Ascensión del Señor imaginándola en un monte resulta lógico, porque el monte acerca a Jesús al cielo. Por ello nos resulta algo raro imaginarnos la Ascensión del Señor en el contexto de una comida comunitaria. Afortunadamente, nos puede ayudar a comprender el sentido de este hecho si reflexionamos sobre otros acontecimientos que también han ocurrido en este contexto. Hay tres muy significativos: las bodas de Caná, la multiplicación de los panes y los peces y la Última Cena.
La Ascensión es el cuarto gran acontecimiento acaecido en una comida comunitaria. Este pone fin a la presencia física de Jesús en la Tierra. Y, como pasa en la Última Cena, no sólo se busca el bien de los que comparten el banquete con Él, sino el de todos nosotros. Recordemos esto que dice Jesús a sus discípulos en la Última Cena: «Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito». En efecto, sube al Cielo para enviarnos su Espíritu, el cual vive ahora en nuestro corazón.
En definitiva, en la Ascensión celebramos que todo aquello que Jesús hizo por el bien común en su vida terrena lo continúa haciendo desde el Cielo, gracias a su Espíritu. La Ascensión es el nexo necesario entre la realidad física y la realidad espiritual. Los discípulos se relacionaron con su Maestro físicamente. Pero Jesús, gracias a la Ascensión, nos proporcionó a todos un medio mucho más íntimo e intenso de relacionarnos con Él: el espiritual. Ahora Jesús no está al lado de nosotros “como lo estaba con sus discípulos”, sino que está dentro de nosotros, en lo más verdadero, bello y bueno que hay en nuestra persona. Y ello nos hace templo de Dios.
No es una mera experiencia individual y subjetiva, sino algo que, como un banquete, la compartimos con otras muchas personas. Y aquí vienen muy bien las palabras de san Pablo a los Efesios que hemos escuchado: ¿Queremos compartir realmente la experiencia de Jesús? Seamos entonces «humildes, amables y comprensivos”. Soportémonos “unos a otros con amor». No ahorremos esfuerzos “para consolidar, con ataduras de paz, la unidad, que es fruto del Espíritu». Porque Dios, que es Padre de todos, «actúa por medio de todos y en todos vive».
Ciertamente, la experiencia de la Ascensión del Señor requiere “altura espiritual”, como bien simboliza el monte donde sucedió este acontecimiento. Pero para alcanzar tal “altura” es necesario compartir con los demás no sólo un banquete, sino toda nuestra vida. Sólo siendo humildes, generosos y cariñosos con otras personas, experimentaremos cómo nuestro corazón asciende al cielo para unirse a Jesús.
En conclusión: vivamos esta fiesta en clave comunitaria, como algo que todos debemos compartir, y entonces la Ascensión de Señor será para nosotros un ejercicio espiritual que nos unirá a nuestros hermanos y nos elevará hacia Dios. Y así podremos cumplir fielmente el mandato de Jesús resucitado: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.